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Channel: reuters – Viaje a la guerra
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Más reflexiones sobre el asesinato de los periodistas de Reuters en Irak

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En el libro “Guerra”, Gwynne Dyer muestra cómo se logra que un joven recluta, que se crió en una sociedad donde el asesinato es el más atroz de los crímenes, acepte la idea de matar y esté dispuesto a hacerlo sin vacilación ante las órdenes de sus superiores o por propia iniciativa.

Como tantas otras de decenas de millones de soldados que había aprendido desde la infancia que matar estaba mal y luego habían sido enviados a matar por su país estaba indefenso para desobedecer, ya que había caído en las manos de una institución tan poderosa y sutil que podía revertir rápidamente el adiestramiento moral de toda una vida.

Dyer describe la forma en que el Ejército acoge a los reclutas siendo adolescentes, los aparta del resto de la sociedad, los maltrata físicamente, les inculca un exacerbado sentimiento de pertenencia a un grupo y de lealtad a los compañeros, para alcanzar este objetivo.

Recoge testimonios en Parris Island, donde se entrenan los futuros marines. Esos muchachos que cantan al marchar: “Altamente motivados, verdaderamente dedicados, retozando, pisoteando, con sed de sangre, locos por matar, reclutas del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, ¡SEÑOR!”.

Los seres humanos son bastante maleables, especialmente en su juventud, y en todo joven hay actitudes con las que el ejército puede trabajar: los valores y las posturas heredades –y recordadas de manera más o menos útil – de los guerreros tribales que alguna vez fueron el modelo a imitar de cualquier niño. El machismo anárquico del guerrero no es lo que los ejércitos modernos realmente necesitan en sus soldados, pero los provee de un prometedor material bruto para la transformación que deben llevar a cabo.

Esos mismos muchachos que llegan hoy al frente para descubrir que la guerra convencional, entre Ejércitos, es algo de tiempos pretéritos. Hoy las contiendas armadas tienen lugar en zonas urbanas, donde las fuerzas insurgentes se confunden con los civiles, donde la contención y las labores de inteligencia tienen mayor importancia que el poderío armado, dando más vigencia que nunca a la vieja máxima de Mao Zedong que sostiene que “la guerrilla se mueve entre la población local como pez en el agua”.

Nuevos escenarios de guerra

Como ya vimos en este blog, recién el año pasado Robert Gates comenzó a reflejar esta transformación en el presupuesto de Defensa de los EEUU, poniendo fin a proyectos faraónicos como el caza F22 y el Future Combat System, para apostar por gastos orientados a la lucha contra grupos insurgentes. También hemos hecho referencia al proceso de reflexión iniciado hace seis años por el Comité Internacional de la Cruz Roja para adaptar el Derecho Humanitario, las leyes que deben regir la guerra y permiten juzgar a quienes las violan, ante los desafíos de las guerras asimétricas.

La pregunta que cabe hacerse es si el entrenamiento de los soldados ha variado. O, lo que es más difícil aún, ¿cómo hallan el equilibrio entre romper las barreras psicológicas y morales de los reclutas ante la posibilidad de terminar con la vida de otro ser humano, y la realidad que encuentran en Irak o en Afganistán, donde apenas llegan a enfrentarse abiertamente a los enemigos y lo que encuentran a diario, a todas horas, son hombres desarmados, mujeres, niños y ancianos?

En este blog hemos seguido de cerca los crímenes cometidos por militares de EEUU en Irak: las matanzas de Haditha y Hamdania, la violación y asesinato de la joven de 14 años Abeer Qasim Hamza. Se trataba en su mayoría de jóvenes soldados, algunos con antecedentes penales. Culpables, sin duda, como lo han demostrado los tribunales, del más vil desprecio hacia la vida ajena. Pero también cabe preguntarse hasta qué punto influenciados por el discurso plagado de mentiras, de pretendida confrontación global entre civilizaciones, latente de fanatismo, de la administración Bush.

Como en el caso de las torturas en Abu Ghraib o en Bagram, el mensaje de la cadena de mando ha tenido no poco ascendiente sobre estos crímenes, sobre esta incapacidad para no ver al otro, al iraquí y al afgano, como un todo, para discernir entre combatientes y civiles. Y así lo denuncian no pocos veteranos, que han vuelto a EEUU conmocionados ante lo presenciado en estas guerras.

El helicóptero Apache

Pero no debemos confundirnos con respecto a las imágenes del asesinato de los periodistas de Reuters en Bagdad que salieron a la luz el lunes. Las voces que escuchamos son las de los tripulantes de un helicóptero Apache. No se trata de soldados rasos, sino de hombres en cuyo entrenamiento se han gastado ingentes cantidades de dinero – en Gran Bretaña, la formación del piloto cuesta 4 millones de euros – pues es una de las máquinas más complejas, modernas y costosas que hay hoy en el terreno.

El helicóptero Apache lleva dos tripulantes. Tiene un valor por unidad de 60 millones de euros. Es capaz de terminar con 128 tanques enemigos en menos de 30 segundos, como lo hicieron ocho unidades en Irak. Cuenta con cámaras de vídeo que pueden amplificar hasta 127 veces un objeto, y leer así la matrícula de un coche a 4,2 kilómetros de distancia.

La inmoralidad del artillero que decide disparar contra un vehículo que se detiene a recoger al conductor de Reuters herido resulta aún más flagrante, si es correcto observarlo desde este punto de vista. Y que luego, cuando descubre que había dos menores en el interior de la camioneta, culpa a los padres por “haber llevado a los niños a la batalla”. “Así es”, le responde el piloto.

¿Los llevaron a la guerra? Más bien se encuentra atrapados en la guerra. No forman parte de un todo. Son civiles desarmados que se acercan a ayudar a una persona en desgracia, que pretenden llevarla a un hospital. ¿Cómo no fue capaz de ver y comprender esta realidad un hombre cuyo entrenamiento ha costado tanto dinero, cuya seguridad no está en riesgo sino que observa la situación desde la distancia?

Esperemos que se lleve adelante la investigación anunciada ayer por el Ejército de EEUU, que se castigue a los culpables y se brinde cierto solaz a las víctimas, y que esto genere un proceso de reflexión fundamental para otro escenario, Afganistán, donde las muertes de inocentes por ataques aéreos han sido desde 2006 moneda corriente hasta llegar a poner en jaque a la propia campaña militar allí desplegada.


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